lunes, 14 de septiembre de 2020

Nota de lectura de los textos de Casas



Ocio y Asterix, el encargado tienen ambos un narrador en primera persona, focalizado en el protagonista (se asume que, más o menos, concuerda con hechos reales vividos por el autor), quien de forma reflexiva hace un recorrido temporal circular: arranca usando el tiempo presente, situado en el momento de enunciación, de allí pega un salto y retrocede, y empieza a recomponer la historia avanzando en el tiempo (a veces de nuevo con breves retrocesos) hasta llegar al punto donde empezó.

Los dos textos de Casas están escritos como se piensa, o como se cuenta una anécdota. Una experiencia que debe de ser mucho más placentera de escribir que de leer. O al menos en casos como el de Ocio. Casi una típica novela sobre adolescencia, solo que corrida un par de años, perdiendo toda la parte de iniciación. En criollo, no se desarrolla la sexualidad, no hay en los pensamientos del protagonista las dudas, los deseos propios de ese cambio de edad. Acá hay más bien resignación. Andrés divaga en situaciones, anécdotas y cotidianidades de los últimos meses de su vida en las que no pretende nada más que existir y dejarse llevar por la nada misma. Leerlo me resultó algo desesperante. No me atrevo a decir que me haya aburrido, está bien escrita e incluso tiene su encanto. Pero a medida que iba avanzando las hojas y me iba dando cuenta que la historia no iba a llegar a ningún punto, me sentía tan a la deriva como el protagonista. Supongo que ese era el punto al que llegar.

La novela está dividida en capítulos, la mayoría escenas esporádicas entre sí. Hay uno que me llamó la atención, muy corto, en medio de dos que están continuados. Andrés y Rolo están en el bar con una chica, esperando a que se vaya para poder hablar tranquilos. Y ahí el narrador cuenta: “Me quedé callado y me puse a pensar (...). Y a veces también recuerdo lo que pienso. Inventar no invento. Recuerdo cosas, historias. por lo general recuerdo algo y lo modifico. Así es más fácil. Igual me parece que si está todo inventado no vale la pena”. Me pareció una confesión de parte, una explicación de qué era lo que estaba pasando, lo que se estaba contando. Y se vé bien cuando en el otro cuento aparece la historia del gato pero contada desde la visión del protagonista.

Sobre el final se pone interesante, con la visita al hospital y un par de escenas con elementos extraños que me generaron la duda de si Andrés estaba drogado o no.

Asterix, el encargado es un cuento sin tantas particularidades, podría decirse. Si bien conserva muchas de las que encontré en Ocio en cuanto a la manera de narrar, tiene un ritmo menos denso. Con el presente de enunciación bastante más adelante en el tiempo a la historia, Casas mete muchos comentarios y reflexiones actuales, lo que le da un ida y vuelta interesante al relato, bien en formato de anécdota. Pareciera, incluso, que la propuesta de lo que narrado (“contar cómo tuve mi único satori”) es una excusa para hablar de todo lo demás, de Asterix, de Susi y del gato, que, concluye la historia, un día se va, al igual que las otras dos personas en esta historia.

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