Cómo ser una autobiografía
Iván Taube
Voy a empezar sacándome de encima lo siguiente: no, ninguna de estas autobiografías se aleja de su género. Para liquidar el asunto vamos a quedarnos con la característica que Lejeune considera fundamental para que un texto sea autobiográfico: la coincidencia en la identidad del autor, el narrador y el personaje protagonista. Listo. Vayan mis felicitaciones a estxs diez autorxs: todxs hicieron autobiografías.
Y es que, ¿qué otras imposiciones se le pueden poner al género? Lejeune habla, también, de otras características. Se trata de un relato retrospectivo, en prosa, donde se pone el énfasis en la historia de la personalidad del personaje-narrador-autor. Aunque advierte rápidamente que en realidad tampoco tiene que ser siempre tan así: estos segundos rasgos no determinantes distinguen el canon autobiográfico de sus géneros vecinos; ahora, enfocándonos en que se busca retratar la personalidad, se nos hace más cercana la definición de Gorlier: hay autobiografía en presentarse como unx mismx. ¿Cuánta esquematización se le puede pedir a eso? Después de todo, lo que unx elija contar de sí mismx y cómo lo hace es una forma muy contundente de mostrar su personalidad. Quizás entonces la autobiografía se distinga de los otros “géneros íntimos” por la gran flexibilidad de recursos que presenta el autor-narrador-protagonista para explayarse sobre sí mismo. Como verá, una autobiografía es algo muy sencillo de hacer; usted también puede ser una.
Dice Molloy que “La autobiografía no depende de los sucesos sino de la articulación de esos sucesos (...). En cierta forma, ya he sido ‘relatado’ por la misma historia que estoy narrando.” El filtro de qué cosas contar y cómo es muy influido por el hecho de que, más allá de los datos fácticos que quieran ser contados, de los comentarios que se quieran mostrar, la autobiografía no deja de ser una historia dirigida a un lector, y por lo tanto importa que esté bien contada. En esta selección de textos hemos leído las breves autobiografías de escritorxs y varixs dan mucha cuenta de que son eso, escritorxs, con lo que dicen pero también con cómo organizan su relato, qué eligen contar.
Arranca Tizón diciendo “Soy un ejemplar de frontera”. No (solo) se está definiendo a sí mismo; nos está marcando la pauta de cómo leer las siguientes líneas. Su vida no puede verse limitada a la definición de “frontera”, pero esta autobiografía sí. Entonces, el texto nos muestra como su protagonista-narrador-autor pasa de su abuelo a su abuela, de un recuerdo y de una ciudad a otra, de la escritura al derecho, de dios al diablo. Se podría agregar un cuarto eslabón a la cadena: autor - narrador - protagonista - autobiografía.
La de Laiseca se me hace la más alejada del resto. Los dos primeros párrafos los emplea en hacer un comentario respecto a las dificultades de mostrarse, por vergüenza, como verdaderamente se es. A continuación, como quien no quiere la cosa, aporta un par de oraciones con datos fácticos, estructurados de forma más enciclopédica. Y después sí, empieza a hablar de él. Digo que me parece la más distinta por esas primeras líneas. Puede que por ellas sea el más sincero de todos estos textos. Pero también podría ser el más mentiroso. No lo olvidemos, estamos hablando de un profesional de la palabra. Quizás revelar intimidades lo tenga sin el menor cuidado. Pero sepa que empezar con un sinceramiento a la timidez gane interés en el lector. No lo sé.
Y siguiendo con la desconfianza hacia lo que se afirma, paso al texto de Piglia. Nos cuenta una anécdota increíble. “Lo verosímil tiene primacía sobre lo puramente fáctico” decía Gorlier, y, leyendo esto que Piglia relata, no podemos obviar la duda, resignarse a darlo por cierto. Él mismo lo dice: “Explicaciones no tengo. La única explicación que tengo es que yo estaba metido en un mundo escindido y que había otros dos que también estaban metidos en un mundo escindido y pasaban de un lado a otro igual que yo y por esas extrañas combinaciones que produce el azar, las cartas habían coincidido conmigo.” Suena propio de un relato fantástico. Ahora, supongamos que en verdad lo inventó. Que nos está mintiendo. ¿Importa que nos esté mintiendo? ¡Para nada! Quizás no nos esté contando verdaderamente su vida. Es más, ya de por sí es llamativo que decida arrancar en el momento en que se muda a Buenos Aires, sin hablar de otro detalle, ni antes ni después, que aquello que le pasaba en esa condición de vivir entre una ciudad y la otra. Porque lo que nos está contando es sencillamente un cuento, una historia: la de dos vidas entrelazadas por “la vida en la pieza de hotel”. ¿Y qué mejor para definirse, siendo escritor, que contar una historia?
Sin duda, uno de los textos más geniales de esta selección es el de Soriano. Literatura y gatos. En esas dos cosas se identifica, y las enlaza con episodios relevantes de su vida, en orden cronológico. De nuevo, poco importa la veracidad de los hechos, si con ellos Soriano logra conceptualizar su personalidad. De hecho, lo dice al final: “Yo no tengo biografía. Me la inventarán, un día, los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en los bordes de la luna.”; no se está preocupando tanto por seleccionar los hechos más relevantes de su vida como por contar la historia, real o no tanto, de él, la literatura y los gatos.
Así como Soriano se relata en torno a gatos, Caporale logra retratarse en una serie de anécdotas cotidianas, todas transcurridas alrededor de la mesa de su casa. La estructura que eligió es hasta un poco engañosa: por momentos uno puede dudar respecto a quién es el protagonista: si quien escribe, si la mesa, si su familia. En todo caso, como venimos diciendo, al relatar estas líneas Caporale se transforma en su mesa. Al final, la historia de su mesa es la mesa de su familia, y esa es su historia también. Esta es, de toda la selección, mi autobiografía favorita porque, además de engancharte con la lectura como Piglia, y de lograr conceptualizar su personalidad en un tópico, como Soriano, Caporale apela a imágenes tan cotidianas, comunes a todxs, que al leerlas te podés imaginar ahí, jugando a las cartas, comiendo o estudiando junto a su familia. Como dice al principio, luego de aclarar que no es una mesa fuera de lo común: “muchos deben considerarla su mesa”. Su historia, desde un punto de vista amplio, es igual a la de tantas otras, por eso una vez que construye esa imagen desde la que lo podemos concebir (después de todo, no somos tan distintxs), arremete con una serie de detalles muy puntuales que terminan de imponer los rasgos que lo distinguen (el nombre de sus familiares, su postre preferido, etc.).
Rolón también decide retratarse a partir de anécdotas. En este caso, no tan cotidianas, sí muy puntuales y que la marcaron. Las divide en capítulos, con relación alternada entre sí, sin respetar un orden cronológico. Y en todas se dirige a una segunda persona que cambia según el capítulo (eso me marea un poco). Como autobiografía también es contradictoria. Si Caporale contrastaba lugares comunes con detalles minuciosos, en este texto las anécdotas son muy puntuales, pero se esconden nombres, fechas y referencias concretas en general, de manera que como lector te podés poner en el lugar del narrador. No sé si es lo más recomendable para escribir una autobiografía. Los rasgos más concretos, como los nombres, las edades, las ciudades, los gustos pueden parecer superficiales frente a sentimientos más profundos, más contradictorios y por ende más comunes y fundamentales. Pero justamente, aunque sean los que más te marcan, son los que menos te distinguen. No obstante, admito que si yo tuviera que hacer mi autobiografía, me tentaría mucho volcarme por esta opción de “esconderse” en lo menos superficial.
Hablando de recursos que me gustan: el empleado por Molloy. Parada desde el presente, reflexiona sobre sus sueños y pensamientos actuales y los contrasta con el pasado. De esa forma reconstruye su infancia a partir de cosas sencillas como la comida o un perro ladrando en la vereda de su casa. Y además recupera el proceso, el hecho de haber sido una cosa y hoy ser otra: “Desde hace un tiempo que siento que me ha cambiado la memoria. No es que me olvide de las cosas, es que recuerdo de manera diferente: como si mi memoria hubiera cambiado de retórica y necesitara una escritura nueva.” Citando a Gorlier: “La autobiografía puede abordarse como una respuesta a la pregunta: ¿cómo llegó a ser el que es?”
Unas pocas líneas sobre los autores restantes, para ir terminando. Uhart hace un extenso retrato de sí misma, más en presente que en pretérito, sin apelar demasiado a los recuerdos pero sincerándose en cuestiones mundanas como las complicaciones que le genera encarar un trámite o una visita al dentista. Kociancich, de manera similar a Tizón, juega con los contrastes: describe a uno y otro lado de su familia primero, y luego de un par de anécdotas de su infancia (las dos veces que se “extravió”) oscila entre las distintas “Ciudades incompatibles, simultáneas” de Buenos Aires, para luego hacerlo entre Buenos Aires y Europa. Walsh, por último, es bastante respetuoso de la cronología. Mantiene, al menos al principio de su texto, una alternancia entre hechos fácticos y comentarios (Por ejemplo: “Nací en Choele-Choel, que quiere decir ‘corazón de palo’ [hecho fáctico]. Me ha sido reprochado por varias mujeres [comentario].”). Es una posición sumamente interesante la que asume al empezar diciendo “Me llaman Rodolfo Walsh”, con el verbo en tercera.
Al escribir sobre sí mismx, unx es lo que elige contar. En definitiva, unx es su propia autobiografía. Anímese, que es muy fácil; usted también puede ser una.