Caminando por Alvarez Thomas me pareció ver a una persona (me pareció mujer, pero no sé de qué edad) dando vueltas en bicicleta por su terraza. Una linda terraza, fue la primera vez que la noté, aún cuando está muy expuesta a la calle. No sé si esa escena estaba sucediendo realmente o si fue una ocurrencia mía, pero era tristísima. Me daba una sensación (poniéndome en el lugar de la persona que da vueltas en bicicleta por su terraza, donde apenas si puede dar un par de pedaleos) de soledad y resignación. ¡Ah, la angustia de estos tiempos de mierda que estamos viviendo! Tenía unas ganas de poder tomarme ese 44 (unos metros más adelante sería un 65) que venía hacia mí e irme al Monumental, este año quería empezar a ir a la cancha más seguido.
Seguí caminando y pasó un 140, viejo soldado de tantas batallas, aquel que tomaba con frecuencia el año pasado para ir al cbc, con el que podría irme hasta Villa Urquiza, a cuadras de la General Paz, donde vive un amigo. Mientras, casi a la vez, en la mano de enfrente pasaba el de sentido contrario, el que llega hasta Correo Central, ese que debería estar tomando los jueves a eso de las 20, para bajarme en Cabrera y Medrano, enfrente del Café Cortázar, y caminar media cuadra hasta la radio.
Pasó un 93, de esos bondis a los que uno le toma cariño por lo irremediablemente necesarios que son, por más que no sea una maravilla, y una cuadra después ya era Teodoro García, por donde doblaba el 168 hacia la avenida. Tardé en querer al 168, antes lo ninguneaba bastante. Sobre todo cuando debía volverme desde la zona de Cabildo y Juramento a mi casa, porque era, de las opciones viables, el que más lejos me dejaba. Pero con el tiempo lo empecé a encontrar más útil para otros recorridos. Me ha salvado a la vuelta de noches de juerga o radio esperando en la Córdoba palermitana. Este año debería haberme llevado muchas veces hasta Cabildo y Ramallo para laburar.
Y llegué hasta Federico Lacroze, y extrañé tomarme un 42 hacia Villa Crespo una vez por semana para jugar al fútbol con mis amigos; y lamenté no ver ningún 184 dando sus primeros (o últimos pasos), como para incluir en este repaso a él, que acompaña al 168 en su excursión hasta Vicente López, y que muchas veces tomé, cuando me falló el tren, para ir a lo de mi psicoanalista en el bellísimo barrio de Florida; y me pareció ver que a lo lejos asomaba el 42 que los fines de semana, y contrario a lo que esperaba, nunca me dejó de garpe, yendo hasta el Monumental pero para ver fútbol femenino, que no implica cortar los accesos, por lo que me puedo bajar en la entrada del club.
Doblé en Olleros pensando que en este recorrido no había aparecido el 151, el más querido, de recorrido clave, similar al 140 para un lado, pero con una frecuencia mucho más atenta; al 168 y 184 para el otro. Pasó un 90, y mientras pensaba si ameritaba que entrara en esta lista de viajes cotidianos me distrajo un auto que con su ventana abierta dejó la estela de Salando las Heridas. Continué la canción, cantando por debajo del barbijo mientras caminaba.