sábado, 18 de abril de 2020

Le pedí a la consigna que me prestara este texto

Muchas veces al querer hablar o escribir de algo, unx cede ante la búsqueda de objetividad y se dedica a hablar más de unx que de lo que aparenta hablar. El cuento del que hablo acá es uno de esos casos, y todo el texto (el mío, hablando del cuento) también. Es un texto medio escrito a los apurones, no por falta de tiempo (de hecho fue escrito en varios días, de a fragmentos cortos y en intervalos largos) si no por falta de ganas. Un texto, que habla sobre la ansiedad y las sensaciones que atraviesa la protagonista en el cuento, escrito con hartazgo. Un cuento sobre la ansiedad. En estos tiempos tan locos que vivimos. Escrito con hartazgo. Un texto, en fin, que distará de ser el que más me guste de los que tengo en el blog, que será de los menos revisados, de los menos producidos. Uno, sin embargo, al que le debo agradecer el espacio de dejarme tomarlo prestado y hablar - sin decir nada - más sobre mí que sobre la consigna.



Me pidieron que tomara un cuento que haya elegido algunx compañerx para su blog, que no sea del mismo autor del que había hablado anteriormente (en su momento, elegí Walsh). Yo le agregué una segunda restricción y evité que este segundo cuento sea de Soriano. De Soriano he leído bastante más que de lxs otrxs autorxs y me gusta lo que hace. De haber buscado textos desconocidos por mí para la actividad anterior, hubiera encarado la búsqueda hacia los suyos. Por eso, ahora quise reponerme buscando algo aún más inédito en mí. Pero mis esfuerzos fueron en vano porque entré por azar al primer blog que encontré con otrx autorx, y dí con un texto que ya leí y escuché, al menos en fragmentos, varias veces el año pasado. Es "La peluquería", de Hebe Uhart, aunque el año pasado, cuando llegó en pedacitos a mí, desconocía ambos datos.

El cuento está en primera persona y es, básicamente, una sucesión de pensamientos que tiene la personaje-narradora estando en la peluquería. La estructura principal del relato tiene un hilo argumental bastante sencillo; la protagonista va pasando por los distintos lugares de la peluquería: esperando mientras le aplica la tintura, en la pedicura, lavándose el pelo, cortándoselo y finalmente yéndose. La historia no está situada en un tiempo más que el presente de cualquier visita a la peluquería: es un texto de carácter cotidiano, donde describe sus sensaciones generales de cada vez que va a ese lugar, a la vez que lo describe también a él.
Si tuviera que tomar la teoría de Piglia como absoluta, afirmaría que se trata de un cuento moderno. Se piensa al cuento como el relato de dos historias, una aparente, más previsible, y la otra oculta, más enigmática, aquella que le da forma al cuento, que le da sentido a que haya un final y que hace que el final le dé sentido al cuento. Pues bien, el cuento moderno sería aquel que "abandona el final sorpresivo y la estructura cerrada; trabaja la tensión entre las dos historias sin resolverla nunca." Podemos imaginar a la primera historia como la rutina de la peluquería, la forma en que a medida que la protagonista se va moviendo de un lado a otro de la misma, la describe, habla sobre sus empleadxs, etc. La segunda historia sería que ese movimiento no es solo físico, la transformación no se da solo en el pelo. Hay una transformación constante en las sensaciones que va atravesando la protagonista. A medida que va cambiando su look, lo hacen sus niveles de ansiedad, de autoestima, de la percepción de sí misma. "En el espejo de la peluquería veo todas mis imperfecciones" dice al comenzar, luego de contar cómo mientras está ahí piensa en irse a otro lado. "Pienso que si yo estuviera más linda, él me atendería mejor." dice refiriéndose al peluquero, y ahí uno puede inferir que ese comentario está centrado en el otro, que el texto se trata de una reflexión sobre cómo se comporta la gente dentro de ese negocio (el cuento hace un extenso relato de eso mismo más tarde, describiendo ciertos personajes con mucho detalle, haciendo un análisis de las distintas clases sociales dentro del recinto, etc), pero rápidamente la narradora te lleva de nuevo al plano de lo personal: "Pero aunque fuera linda, lamentablemente no tendría paciencia para todas esas exigencias". La narradora juega todo el tiempo con esta dualidad entre las reflexiones que respectan más a lo exterior y las que lo hacen a lo interior. El relato, en tanto sucesión de acciones, avanza conforme lo hace la rutina de la protagonista en la peluquería, y el cuento termina cuando ésta sale del local. Pero la información que nos devela la frase final no es solo que terminó la secuencia, y, con eso, el cuento. La protagonista sale contenta. En esa aclaración, en ese adverbio, se nos confirma la existencia de la ya nombrada segunda historia. Si hasta entonces, ya desde el comienzo del relato podíamos advertir que la protagonista reflexionaba sobre sí misma más que cualquier otra acción o descripción, no es hasta el final del relato que no podemos afirmar que ese sea el elemento central del cuento. En definitiva, leemos hasta el final para confirmar si se trata de eso que intuímos o si hay algo más, acostumbrados, quizás, a la estructura del cuento clásico, el que al final devela una trama oculta que parecía marginal a lo que se aparentaba contar. Acá, al ser un cuento moderno, esa segunda trama no se esclarece del todo, pero, a diferencia de autores como Hemingway, tampoco está del todo oculta. Se visibiliza desde el principio, se mezcla con la trama más superficial y van alternando, mostrándose por momentos cada una, en oposición, en tensión, sin pretender resolverse, solo mostrarse en convivencia. Es en ese contraste que nace el interés en el cuento, en ver hasta qué punto se evidencia esa segunda trama que la narradora deja intuir pero nunca termina de mostrar del todo. Y es hasta el final que uno no puede establecer cuál es la relación entre las dos.

martes, 14 de abril de 2020

Cuento

Domingo 18, 2 a.m.

Iván Taube

N. volvió a mirar la hora. Eran casi las dos. No había acordado un horario estipulado, apenas hace unos momentos estaba coordinando el encuentro. Miraba el reloj como un acto reflejo, casi sin registrar lo que sus agujas tenían para mostrarle, sin poder atinar a la percepción del paso del tiempo. El calor húmedo del enero porteño empezaba a confundirse con las brisas cada vez más frescas de la madrugada, vigorizadas por la cercanía al río. Entre los autos, bajo tenues intentos de luz que rompían con la oscuridad del estacionamiento de las torres, N. tiritaba aunque poco le importaba el clima; estaba nervioso. Esperaba a un familiar. Hace unos días lo había contactado: necesitaba que le devolviera un dinero que hacía un tiempo le había prestado. Por suerte, el familiar había tolerado con comprensión el abrupto pedido, así como que la urgencia del mismo ameritaba que el encuentro se realizara en una hora y un lugar tan insólito. Es que N. necesitaba ese dinero. En verdad, el dinero que necesitaba, el que le habían asegurado, era otro. Pero las circunstancias habían cambiado en el transcurso de la semana. Y lo que en principio era una empresa segura ahora parecía desdibujarse. Había perdido la confianza. Se sentía acorralado. No podía cometer el riesgo de encomendarse en esa causa sin los honorarios que le habían prometido; perdería mucho. Pero tampoco podía permitirse no cumplir con lo estipulado; ni siquiera podía medir la magnitud de las consecuencias. 

Las cosas aparentaban mejor de lo que eran. Le llovían mensajes de aliento, la gente se prestaba a ayudarlo en lo que precisara, le ofrecía protección. Faltaba un día para la gran presentación. N. estaba ansioso por las pocas horas que quedaban hasta el momento pautado para la exposición. Era lógico, la expectativa era mucha. Pero estaba bien rumbeado. La investigación era buena. Por más que en ese momento sintiera que no estaba listo, sabía que lo iba a hacer bien. Creía en lo que hacía. El problema era otro. Estaba por jugarse mucho. Todo, se podría decir. Y se sentía expuesto. Sólo. Las personas que realmente le importaban, de las que necesitaba para sentirse tranquilo y resguardado lo tenían abandonado. Algunas lo habían hecho más temprano, y fue por la inseguridad que le causó eso que pensó que era el momento de hacer ese trabajo, mucho antes de lo que hubiera imaginado o querido. El resto, quienes lo habían convencido de que podía dar ese paso, quienes le habían asegurado que podría contar con elles, lo habían abandonado días atrás. Gracias a eso estaba angustiado, tenía miedo. Sabía que había amenazas contra su persona. Un amigo le había prestado un arma, por si acaso. No tanto por él como por su familia. 

Su familia había continuado las vacaciones en Europa. Por la diferencia horaria, calculaba, se estarían levantando dentro de dos horas. Imaginó el aroma del café que servían para el desayuno en el hotel donde hasta hace no mucho él también estaba. Mientras intentaba distraerse con esos pensamientos le llegó el mensaje al celular: el pariente aguardaba afuera. N. se acercó hasta el guardia en la puerta y le dijo que lo dejara pasar. Algo somnoliento, el guardia tuvo la amabilidad de respetar las indicaciones de N. y no dejó registro de la visita. Saludó a su pariente con frialdad. Estaba sobrepasado y actuaba bajo ese leve trance espectral, lejano, de quien tiene tanta angustia en la mente que no puede evitar que le pese el cuerpo que debe llevar consigo. El pariente pudo haber atribuido esa distancia a la hora o al estrés de la presentación que se avecinaba. Intercambiaron algunas palabras por cortesía, casi de protocolo. Aunque era alguien de confianza, N. no cedía, estaba alerta, no sabía muy bien de qué. De que todo siguiera saliendo mal, quizás. El pariente sacó el dinero. Lo contaron apoyados en el capó del auto de N.. Era la suma que esperaba. 

No tendría tiempo de reflexionar sobre ese momento en los días posteriores, pero N. se habría avergonzado de sí mismo al ver cómo le tembló todo el cuerpo cuando tomó esos billetes. Se le aguzó la vista, los ojos le brillaron, tuvo la piel de gallina. Le volvió a correr la sangre al cuerpo. Después de unos días que se le hicieron eternos las cosas estaban bien de nuevo. Por primera vez en ese tiempo pudo olvidarse de la exposición que iba a dar el lunes. Entró en un estado similar a la ebriedad, las piernas desprendían un leve meneo, la lengua se le aflojó. Se quedó hablando un rato más con su familiar, ya más distendido, más divertido, más interesado, charlaron de nimiedades como si no hubiera mañana y rieron un poco. Lo despidió con un abrazo. 

Finalmente volvía a tener todo bajo control. Este dinero le daba la tranquilidad suficiente para poder cumplir su arriesgada misión. No era la avaricia la que lo motorizaba. Esa plata no era fundamental para él; lo era para su familia. Él, en el fondo, era un tipo honesto. Sabía que a partir de unas horas sería noticia. Más que noticia, sería Historia. Obviamente esa idea lo atraía, pero sobre todo era el deseo de justicia y de tener un país mejor lo que lo encaminaba. Nunca había dudado de sus convicciones, pero sí de las personas que le habían encomendado ese forzoso trabajo. Tenía miedo de que lo traicionaran, que no cumplieran con su parte. Pero el dinero devuelto le indicaba que todo saldría bien. Ahora se sentía seguro de poder hacer bien su trabajo sin complicaciones. N. regresó a su departamento. Estaba solo. En su habitación tenía la cama deshecha, la tele estaba prendida, su escritorio tenía la computadora encendida y papeles desplegados. Pero no quiso perder tiempo. Fue a su cuarto, guardó el dinero y tomó el arma. Se dirigió al baño. Pensó en sus hijas. Las estaba cuidando.