miércoles, 8 de abril de 2020

Fue sin querer

Perdón Piglia, perdón Stephen King.


(Actualización: ok, recién me entero de que Renzi es el alter ego de Piglia. Mantengo mi texto original. Se apreciará que algunas de las preguntas formuladas tienen entonces respuesta, o carecen de sentido; a la vez que, imaginará, otras me surgen.)

No sé cuánto pueda decir de los textos de Piglia y Stephen King que esté más allá de lo evidente, o más aún, de lo que ya está escrito. Quiero decir, que en el texto de Piglia se habla de cómo se prepara una persona que con minuciosidad registra su vida presta para poder dejarla luego por escrito, y emplea un mecanismo por el cual va tomando por importante aquellas cosas que aunque aparenten ser pequeñas aparecen con periodicidad en su vida, y de ahí concluye que son las cosas que lo definen; que de todas esas series elige una, la de los libros que leyó, aunque se da cuenta que debe ir más allá y hurgar en los recuerdos desclasificados pero que persisten en la memoria, por eso busca los libros de los cuales recuerda la escena del momento en que lo leyó; todo eso aparece, está, es lo primero que se evidencia al leer el texto, pero no sé cuánto pueda decir más que “sí, es verdad, todo esto pasa acá” o “me gustó”, “no me gustó”, podría citar alguna que otra frase linda o interesante (ojo, eh, hay varias); escribir cualquiera de esas cosas me resultaría redundante. Similar procedimiento con King. Él mismo nos adelanta: “No es ninguna autobiografía. (...) No vale la pena esforzarse por leer entre líneas, ni buscar el hilo conductor, porque no hay ninguno.” Lo que quedaría por decir, que Stephen King es un escritor del carajo, no hace falta ni aclararlo.
Mi dificultad, creo, radica en que leí los textos y me senté a escribir algo sobre ellos con la cabeza enfocada más en el entorno con los textos: estoy en una materia de la facultad trabajando con autobiografías, debo escribir algo sobre ese tema. Y no hay casi nada que me aporten estos dos fragmentos en materia autobiográfica, que no haya percibido, pensado, intuido en los textos que venimos trabajando. No está de más aclarar, ya que de todas formas no sé muy bien qué escribir, que no considero que un texto tenga que dejar sí o sí una enseñanza o algo nuevo. Pero, caso omiso de esa exención, siempre lo hace. A veces en formas demasiado sutiles, o profundas, como para poder ponerlas en palabras. En realidad, soy de lxs que cuando leen un libro por placer no lo anotan ni subrayan; las palabras, las ideas, vienen y se van, quedan flotando algunas en el aire, otras deciden quedarse, pero siempre por voluntad propia. Quiero explicar, no es que no disfruté leyendo estos dos textos, no es que no tomé cosas de ellos. Pero lo hice desinteresadamente, sin querer, sin exigir.

Y como no puedo conmigo mismo, para terminar voy a resaltar aquello que sí me pareció distinto, remarcable. El texto de Piglia... ¿qué carajo es? ¿Es una autobiografía? ¿¡De otra persona!? ¿Es un simulacro de autobiografía, o de biografía, o una anécdota de una relato que le contó un amigo, copa de vino de por mano? ¿Es todo junto? El texto tiene narradores desdoblados, la mayor parte es el relato de Renzi en primera persona, pero siempre con el narrador principal dejando la marca de los verbos en tercera. ¿Cuál habrá sido la intención, la idea original? ¿Fue idea de Piglia o de Renzi que el primero oficie de narrador/autor principal del texto? Su participación podría haber sido mayor, en caso de escribir una autobiografía más marcada, o menor, en caso de oficiar sencillamente de escriba. Pero no hace ninguna de las dos... en fin, me da curiosidad saber cómo se gestó ese texto tan disruptivo respecto de lo único con lo que más o menos nos habíamos puesto de acuerdo para englobar al género autobiográfico (que autor equivalga a narrador y a protagonista).

martes, 7 de abril de 2020

Algo completamente diferente

Una escena de lectura





Mis narrativas son, de hecho, muy influenciables por lo que consumo. Es difícil entonces poder dar con las escenas de lectura que a más grandes rasgos me marcaron. Me es más fácil reconocer las facetas humorísticas que adopto (o adapto, también, ya que estamos). Por mucho tiempo, los dos autores que más me influyeron en ese sentido fueron Fontanarrosa y la dupla Saborido/Capusotto. El origen de su influencia es difuso en ambos casos, no recuerdo cuándo los descubrí ni en qué momento, tampoco, empecé a notarlos en mis producciones. Pero debía mencionar a ambos. Sé, por ejemplo, que a Fontanarrosa recuerdo haberlo usado en cuanto a estilo (o eso creía, o eso intentaba) en algún que otro texto que tuve que hacer para lengua y literatura en primer año del secundario. Y a Saborido/Capusotto, sin ir más lejos, los tomé en una de las últimas producciones que realicé (en realidad no fue tanto desde la escritura si no desde la edición, ya que tomé un texto que había escrito un compañero, lo sinteticé y cambié el orden, le agregué efectos de sonido y creé una pieza radial).
Voy a tomar entonces el caso de Monty Python, que al llegar a mi vida hace bastante menos tiempo, tiene todavía la condición de que recuerde ese momento. Fue a mediados del 2018 que nos juntamos con un grupo de amigxs a ranchear una noche, supongo que de viernes. Éramos cinco personas, quizás se me escapa una sexta. Había un vino pero sólo dos tomaron con ganas. Estábamos en la casa de Manu, a solo cinco cuadras de la mía. En realidad, la cercanía es una condición en ese grupo; en general éramos amigos de antes, pero la relación se volvió más fuerte ese año cuando grupo de wpp mediante empezamos a juntarnos por el barrio, rompiendo con la hegemonía palermitana que se imponía en nuestros grupos de amigxs más extensivos. Nos encontrábamos en su living, sillón, sillas, una mesita, una tele y un piano. Y pintó youtube. Creo que veníamos de ver algún video de Les Luthiers, otro que gusta y mucho en nuestro grupo. Eso explicaría causas y consecuencias: la transición Luthiers - Python es bastante razonable, y si antes de esto se puso Les Luthiers porque Manu tocó en el piano “Kathy, la reina del saloon”, tema que gusta tocar, las cosas empiezan a cerrar más todavía. En fin, Youtube, y de alguna forma llegamos a Monty Python, posiblemente empezando con dos sketchs que uno de los presentes conocía de antemano, el de spam y el argument sketch (hoy en día retiraron casi todos los videos de la plataforma y es muy difícil conseguirlos bien allí, pueden probar que alguito hay pero en muy mala calidad e incompletos). Y entonces ya comprados por esa presentación nos dispusimos a ver un capítulo completo en netflix (ahí sí están). El que había visto los dos sketchs también había arrancado a ver la serie en orden, por eso pusimos el tercer capítulo de la primera temporada, “Cómo reconocer diferentes tipos de árboles desde muy lejos”. El humor de Monty Phyton mezcla lo ridículo con lo expresivo, lo verborrágico, lo exagerado, lo erudito, lo ingenioso, lo gestual, lo físico y a veces simplemente con lo ridículo de nuevo. Acabo de rever el capítulo y está lleno de joyas, pero las dos escenas que más me quedaron grabadas fueron la del hombre reparador de bicicletas (9:47) y el sketch del lechero (22:35). El primero por el principio, que es de un ingenio notable: “este hombre no es ordinario. Este es Juan Superman. En toda apariencia, es igual a cualquier ciudadano respetuoso de la ley” y la cámara, que estaba en un plano corto donde se veía al personaje vestido de Superman, se va a un plano general donde en la calle pasan caminando muchos supermanes. ¡Pero él es el superhéroe, porque se transforma en un reparador de bicicletas! De la segunda escena prefiero no revelarles nada del argumento. Es un microrrelato que, a diferencia de la anterior, donde la gracia está al principio, crea un ambiente de expectativa al principio que te va llevando hacia una resolución que es impredecible, porque no tiene nada que ver con la que uno esperaba (y llega tan rápido que no te da el tiempo de sospechar que una resolución lógica no tendría sentido en este programa), ni con las primeras veinte cosas que uno esperaría que podían pasar a continuación; y sin embargo el remate es absolutamente verosímil, y si bien apenas aparece no entendés nada, después repasás toda la escena y te das cuenta de la genialidad que acabás de ver. 
En alguno de estos dos momentos llegó la mamá de Manu a la casa y nos encontró llorando, algunxs revolcándonos en el piso de la risa. Si en ese momento nos hubiera preguntado si habíamos fumado habría sido muy difícil demostrar que estábamos sobrixs.

La primera vez en la que recuerdo haber hecho una producción inspirándome en Monty Python fue para un sketch radial post votación negativa de la Camara de Senadores de la Ley IVE. Era todo en un tono satírico pero dentro de la temática de lo que había sido el debate real. El toque Python apareció cuando en medio de Senadores, algunxs inventadxs, otrxs no, tomó la palabra Juan de Lancaster, Duque de Bedford.



lunes, 6 de abril de 2020

Una elección impremeditada


Me pidieron que busque en internet textos de los autores que vimos para la actividad anterior y eligiera uno, pero no hice caso porque no hizo falta buscar. En el momento donde el profesor mencionó la consigna me vino a la memoria (casi no hizo falta buscar ahí tampoco) este cuento de Rodolfo Walsh, Tres portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto). Aporta una nota de Página/12 que fue publicado originalmente en la revista “Leoplán” en 1955. 

Me crucé con este cuento por primera vez hace siete años, en un compilado de textos literarios de un manual escolar. Me llamó la atención desde ese primer momento por varias cosas. Lo más evidente es su estructura, ordenado en doce partes o actos, cada una de ellas, exceptuando la última, con no más de seis oraciones en cuatro o cinco bajadas. Al leerlo encontré un texto increíble. En cuanto a contenido es un policial. Y la genialidad radica en que es un gran policial, con una resolución de una trama compleja que recuerda a las deducciones de Dupin o Holmes, pero en una versión minimalista. Lenguaje sencillo, mucho diálogo, oraciones concisas. Pocas palabras, pero bien elegidas. Recursos también sencillos. La repetición del formato de cada “acto”, y de la estructura de cada oración dentro de cada uno lo hace muy dinámico de leer. Pero además la simpleza de las mismas logra un efecto poético muy potente. Cada vez que aparece, siento como la palabra “muerte” (o su campo semántico) se sale de la pantalla o el papel y hace eco en la habitación donde me encuentro.

Escribir un cuento que sea muy sencillo pero tenga una trama compleja y un resultado excelente es muy difícil, y digno de destacar.