Domingo 18, 2 a.m.
Iván Taube
N. volvió a mirar la hora. Eran casi las dos. No había acordado un horario estipulado, apenas hace unos momentos estaba coordinando el encuentro. Miraba el reloj como un acto reflejo, casi sin registrar lo que sus agujas tenían para mostrarle, sin poder atinar a la percepción del paso del tiempo. El calor húmedo del enero porteño empezaba a confundirse con las brisas cada vez más frescas de la madrugada, vigorizadas por la cercanía al río. Entre los autos, bajo tenues intentos de luz que rompían con la oscuridad del estacionamiento de las torres, N. tiritaba aunque poco le importaba el clima; estaba nervioso. Esperaba a un familiar. Hace unos días lo había contactado: necesitaba que le devolviera un dinero que hacía un tiempo le había prestado. Por suerte, el familiar había tolerado con comprensión el abrupto pedido, así como que la urgencia del mismo ameritaba que el encuentro se realizara en una hora y un lugar tan insólito. Es que N. necesitaba ese dinero. En verdad, el dinero que necesitaba, el que le habían asegurado, era otro. Pero las circunstancias habían cambiado en el transcurso de la semana. Y lo que en principio era una empresa segura ahora parecía desdibujarse. Había perdido la confianza. Se sentía acorralado. No podía cometer el riesgo de encomendarse en esa causa sin los honorarios que le habían prometido; perdería mucho. Pero tampoco podía permitirse no cumplir con lo estipulado; ni siquiera podía medir la magnitud de las consecuencias.
Las cosas aparentaban mejor de lo que eran. Le llovían mensajes de aliento, la gente se prestaba a ayudarlo en lo que precisara, le ofrecía protección. Faltaba un día para la gran presentación. N. estaba ansioso por las pocas horas que quedaban hasta el momento pautado para la exposición. Era lógico, la expectativa era mucha. Pero estaba bien rumbeado. La investigación era buena. Por más que en ese momento sintiera que no estaba listo, sabía que lo iba a hacer bien. Creía en lo que hacía. El problema era otro. Estaba por jugarse mucho. Todo, se podría decir. Y se sentía expuesto. Sólo. Las personas que realmente le importaban, de las que necesitaba para sentirse tranquilo y resguardado lo tenían abandonado. Algunas lo habían hecho más temprano, y fue por la inseguridad que le causó eso que pensó que era el momento de hacer ese trabajo, mucho antes de lo que hubiera imaginado o querido. El resto, quienes lo habían convencido de que podía dar ese paso, quienes le habían asegurado que podría contar con elles, lo habían abandonado días atrás. Gracias a eso estaba angustiado, tenía miedo. Sabía que había amenazas contra su persona. Un amigo le había prestado un arma, por si acaso. No tanto por él como por su familia.
Su familia había continuado las vacaciones en Europa. Por la diferencia horaria, calculaba, se estarían levantando dentro de dos horas. Imaginó el aroma del café que servían para el desayuno en el hotel donde hasta hace no mucho él también estaba. Mientras intentaba distraerse con esos pensamientos le llegó el mensaje al celular: el pariente aguardaba afuera. N. se acercó hasta el guardia en la puerta y le dijo que lo dejara pasar. Algo somnoliento, el guardia tuvo la amabilidad de respetar las indicaciones de N. y no dejó registro de la visita. Saludó a su pariente con frialdad. Estaba sobrepasado y actuaba bajo ese leve trance espectral, lejano, de quien tiene tanta angustia en la mente que no puede evitar que le pese el cuerpo que debe llevar consigo. El pariente pudo haber atribuido esa distancia a la hora o al estrés de la presentación que se avecinaba. Intercambiaron algunas palabras por cortesía, casi de protocolo. Aunque era alguien de confianza, N. no cedía, estaba alerta, no sabía muy bien de qué. De que todo siguiera saliendo mal, quizás. El pariente sacó el dinero. Lo contaron apoyados en el capó del auto de N.. Era la suma que esperaba.
No tendría tiempo de reflexionar sobre ese momento en los días posteriores, pero N. se habría avergonzado de sí mismo al ver cómo le tembló todo el cuerpo cuando tomó esos billetes. Se le aguzó la vista, los ojos le brillaron, tuvo la piel de gallina. Le volvió a correr la sangre al cuerpo. Después de unos días que se le hicieron eternos las cosas estaban bien de nuevo. Por primera vez en ese tiempo pudo olvidarse de la exposición que iba a dar el lunes. Entró en un estado similar a la ebriedad, las piernas desprendían un leve meneo, la lengua se le aflojó. Se quedó hablando un rato más con su familiar, ya más distendido, más divertido, más interesado, charlaron de nimiedades como si no hubiera mañana y rieron un poco. Lo despidió con un abrazo.
Finalmente volvía a tener todo bajo control. Este dinero le daba la tranquilidad suficiente para poder cumplir su arriesgada misión. No era la avaricia la que lo motorizaba. Esa plata no era fundamental para él; lo era para su familia. Él, en el fondo, era un tipo honesto. Sabía que a partir de unas horas sería noticia. Más que noticia, sería Historia. Obviamente esa idea lo atraía, pero sobre todo era el deseo de justicia y de tener un país mejor lo que lo encaminaba. Nunca había dudado de sus convicciones, pero sí de las personas que le habían encomendado ese forzoso trabajo. Tenía miedo de que lo traicionaran, que no cumplieran con su parte. Pero el dinero devuelto le indicaba que todo saldría bien. Ahora se sentía seguro de poder hacer bien su trabajo sin complicaciones. N. regresó a su departamento. Estaba solo. En su habitación tenía la cama deshecha, la tele estaba prendida, su escritorio tenía la computadora encendida y papeles desplegados. Pero no quiso perder tiempo. Fue a su cuarto, guardó el dinero y tomó el arma. Se dirigió al baño. Pensó en sus hijas. Las estaba cuidando.
Holaa! Te hago un pequeño comentario porque me gustó mucho este cuento. Por un lado me parece que está muy bien escrito y es bastante atraparte.
ResponderBorrarPor otro lado me gusta el modo en que vas dejando a la vista la información: muy de gradualmente. Al principio del relato poco se sabe del personaje y de lo que está pasando, como si fuera todo secreto. Pero a medida que va avanzando la historia, empiezan a aparecer distintas pistas que permiten entender al personaje, hasta que llega un punto que se termina entendiendo que la "N" hace referencia a Nisman. Yo particularmente me di cuenta de esto cuando decía que su familia estaba en Europa.
Desde el título ya se puede notar el ocultamiento de la información. "Domingo 18, 2am." Dice el número de día que fue el hecho, pero no dice ni el mes ni el año, con lo cual no le brinda al lector ninguna información ni referencia. Por otra parte es súper importante la "N" que nunca revela su nombre completo; la comprensión de la referencia a Nisman queda totalmente a merced de cada lector.
Por ultimo me gusta como arranca el cuento in media res. Ya desde un principio, de una, te mete en la ansiedad y en los nervios de N que no puede parar de mirar la hora y te invita a seguir leyendo para saber que le está sucediendo.
Bueno en fin, muy bueno. Besoo