Martes. Hoy soñé en una fiesta de cumpleaños, mía. Un lugar amplio, creo que en un principio el jardín de mi quinta, aunque luego se convertía en otro lugar, uno cerrado, con varios pisos, de pasillos anchos con escaleras que rodeaban las plantas. Había mucha comida, dulce, salada, yo morfaba bastante. La comida era ofrecida a lxs invitadxs pero había otras cosas que no, a mí eso me molestaba. Creo que comía tanto y con tanta mezcla dulce - salado que empezaba a sentirme un poco mal. Había, también, muchísimos invitadxs, gente que yo ni conocía.
Algo que me viene sucediendo en estos tiempos cuarentenosos es que muchas veces las condiciones actuales de reclusión se insertan de a pedacitos y de golpe en medio de mis sueños. Es decir, imagino primero un verosímil de “la vida normal” y después en el medio del sueño “me acuerdo” de que hoy eso está “mal”. En el caso de este sueño lo primero que me trajo un poco a lo actual es que me hicieran notar que tenía el pelo y la barba descuidadas. Eso me molestó.
Luego en el sueño salí del lugar donde estábamos, que desde afuera parecía la entrada a un gran boliche. Estaba ubicado en una autopista, y a los pocos metros cruzaba en un puente una especie de Gral Paz que dividía Ciudad con Provincia, y allí había autos de la policía para hacer controles (porque claro, estamos en cuarentena, necesitás un permiso para circular entre distintas jurisdicciones). Yo me subía a un auto invitado a dar una vuelta por un amigo de la primaria, aunque sabiendo que si íbamos para el lado de provincia - en realidad, creo que solo podíamos salir para ese lado, porque el boliche estaba en esa mano - muy probablemente fuéramos pollo. Ojo, no estábamos rompiendo la cuarentena por hacer una fiesta, con eso no había problema, pero estar en auto pasando de un lugar a otro por venir de una fiesta no estaba permitido. Cuestión que dimos una vuelta, cruzando esa Gral Paz, y yo estaba con el culo en las patas las dos veces que safamos de pedo de que nos pararan a pedir el permiso que no teníamos. Cuando estábamos volviendo ya amanecía. Unxs amigxs me prometieron un porro dentro de un rato, yo accedí. Se fueron a bajonear a un puestito a un par de cuadras (pensándolo bien, el paisaje es más propio de la Av. Costanera, si llegara a cruzar con la Gral Paz), yo lxs acompañé. Era un lugar que solo vendía en promos muy grandes, con muchas dudas compré algo así como cuatro panchos con cuatro pintas, me acuerdo que discutíamos las variedades de cerveza que podíamos llevar. Pero apenas hice la compra me arrepentí porque era mucho más de lo que quería y podía comer y tomar. Eventualmente fui perdiendo rastro del sueño, a medida que me despertaba.
Miércoles. Recuerdo muy poco. Estaba con Reda, mi intercambio italiano hace unos años. Había venido a la ciudad como si fuera la primera vez. Caminábamos. Lo llevaba a comer pizza. Una vez a una del centro, al otro día a Imperio. Un tercer día estábamos en un bondi. Era una jornada especial y había mucha gente circulando. Cuando pasábamos por Chacarita decidía bajarnos ahí: tenía que hacerle probar la fugazzeta de Santa María. Pensaba, por supuesto que si quiero que conozca cómo es la pizza porteña no puedo quedarme con uno o dos lugares, puesto que hay muchas pizzerías notables y con sus gustos y formas particulares. Pero después reculaba. De repente, me daba cuenta de que él debía de estar harto de comer harina, si es lo que más se come allá. Acá no es muy distinto pero además hay carne. Así que le ofrecía ir a un lugar a unas cuadras, una especie de bodegón/parrillita al paso, cuyo aspecto no me fue develado, así como casi tampoco el proceso de ir hasta ese lugar y adquirir el alimento. Comíamos un sánguche para nada ostentoso: pan, queso y una cantidad generosa de un fiambre cuyo gusto oscilaba entre el salame y el pastrón. Vaya a saber por qué, eso era una comida típica, un manjar criollo en esa fecha particular.
Ya despertando, o despierto, me puse a pensar en una falla de ese sueño: está bien, estaba evitando darle algo que puede comer habitualmente en su país, y en cambio le daba una “comida típica”. Pero justo eso que en el sueño era un “manjar criollo” no solo es algo que viene de Italia, sino que además sus fiambres son mejores. La pizza por lo menos es mejor acá. Y, ahora que lo pienso, esa muchedumbre, esa jornada especial, y esa comida tienen impronta de movilización, de un día de marcha.
Domingo. No recuerdo qué hice pero traicionaba a las hormigas que vivían en mi cuarto y me declaraban la guerra. Al principio medio que las ninguneaba, igual por las dudas me refugiaba en la parte de arriba de la casa. Pero cuando veía a una columna enorme avanzar lentamente por las escaleras me preocupaba. Nunca había dudado de su disposición a matarme, pero no pensaba que llegarían a hacerlo. Durante mi estadía arriba, algo pasaba abajo que me hacía creer que no podrían. No sé si una cuestión más mística, como confiar en que iban a desaparecer de la nada o si contaba con que habíamos tirado veneno en los pisos. Sin embargo quedaban bastantes de pie. Me empezaba a desesperar. Desde la oficina de mi viejo, donde yo me ocultaba, me iba al cuarto de mis padres. Se me ocurría que podía disfrazarme con ropa de mujer para que las hormigas no me reconocieran (¡!). Le revolvía un poco el armario a mi vieja, intentaba probarme algo pero no me entraba. La horda de hormigas ya estaba cerca, y finalmente yo optaba por huir. En un pique bajaba por las otras escaleras, las del patio. Tras dudar un segundo me decidía a entrar a mi cuarto (total, la mayoría de las hormigas que quedaban estaban llegando arriba). Veía una enorme cantidad de hormigas caídas en la entrada y el pasillo. Manoteaba plata, un par de medias y calzones y me iba corriendo de casa.
Ya despertándome pensé si había tomado la decisión correcta. Bien podría haber pensado que eso que libró resistencia contra tantas hormigas abajo podría haberlo hecho arriba contra las que quedaban, mientras yo iba retrocediendo por el patio (donde no hubo ninguna emboscada esperándome cuando efectivamente bajé). El sueño un poco me hizo acordarme de Casa tomada. Me pareció curioso que, si bien mi caso no simboliza una crítica al peronismo (porque me representa políticamente y además porque justo en esta coyuntura a lo sumo se podría decir que el peronismo nos encierra en la casa, pero no al revés) las hormigas (y en especial las negras argentinas) son unos de los animales más trabajadores.
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